Desde el hallazgo de la Virgen del Cobre en 1612 se observa
un incremento de la devoción hacia ella, principalmente entre los indios y los
negros, quienes la asumen como propia (justamente son dos indios y un negro los
protagonistas de este hecho). Ahora bien, los negros no podían entrar a la
iglesia y asistir a misa junto con los blancos. Solo se les permitía ubicarse
detrás del coro. En 1766, el capellán Julián Bravo, quien debió tener en sus
manos el documento original (escrito en 1703) de su predecesor, el capellán
Onofre de Fonseca, precisa que los devotos de la Virgen de la Caridad nipense eran “unos pobres moradores todos los más
esclavos de Su Majestad, quienes colocaron la imagen en un altar sólo para
pobres”. Cuando afirma esto no se refiere en modo alguno a la ermita de Nuestra
Señora de Guía Madre de Dios de Illescas, sino a la capilla del hospital, donde
se veneraba, en un humilde altar, la imagen de la Virgen de la Caridad hallada
en Nipe, único sitio donde podía radicarse el culto mestizo a la Virgen María,
dado que allí sí podían entrar los indios y los negros, de ahí la invocación de
la Virgen del Cobre, en referencia al hospital, como “Virgen de la Caridad y
Remedios”.
Llegados a este punto podemos puntualizar dos cosas;
primero: en la ermita del cerro la advocación que existía antes de 1620 era la
de Nuestra Señora de Guía Madre de Dios de Illescas ; en segundo lugar: la
imagen de la Virgen de la Caridad hallada en la bahía de Nipe no se consideraba
propiedad del Real de las Minas, sino que era relegada a una devoción de
“esclavos de Su Majestad”, de ahí que la Virgen del Cobre no conste en el
Inventario Real cuando Sánchez de Moya deja la administración de las minas.
.En 1637 un temporal destruye la ermita del Cerro de la
Mina. Al ser reconstruida, la nueva ermita no será dedicada nuevamente a
Nuestra Señora de Guía Madre de Dios de Illescas, de cuya advocación e imagen
no existen más referencias después del inventario de Sánchez de Moya, bien
fuese porque fuera de su propiedad, y la llevara consigo al abandonar las minas
en 1620, bien porque la misma sufriera daños irreparables cuando el temporal
destruyó la ermita en 1637. Lo cierto es que a partir de estas fechas, la nueva
ermita, concluida ya antes del año 1648, comenzará a cobijar bajo su techo la
imagen de la Virgen de la Caridad hallada en Nipe, la cual se encontraba, hasta
esos momentos, en el hospital de pobres.
En la ermita, junto a
la Virgen de la Caridad, serán colocadas otras dos imágenes marianas: la
Concepción y la Candelaria, cada una con sus respectivas coronas de plata y una
pequeña lámpara del mismo metal, aunque, precisa un inventario ordenado por el
monarca en 1648: “todas (las coronas) son de la Madre de Dios de la Caridad”.
Es decir, la Virgen de la Caridad del Cobre, una vez instalada en la ermita del
Cerro de la Mina (lugar donde se alza en la actualidad su Basílica y Santuario
Nacional), no sólo reemplaza a Nuestra Señora de Guía Madre de Dios de Illescas
–de quien no existe más referencias en el lugar– sino que como afirmara la
doctora Olga Portuondo, comienza la absorción de las otras dos vírgenes para
terminar por reinar ella sola en el sitio. El referido inventario de 1648 habla
de “una nueva ermita en lo alto del cerro, reconstruida, cubierta de tejas y de
la que se dice que es la casa de Nuestra Santísima Virgen de la Caridad”.
En el año 1655 la ermita es consagrada definitivamente a
Nuestra Señora de la Caridad del Cobre. En 1679 se concluye la construcción de
un templo mayor. Para estas fechas, El Cobre se había convertido ya en un
hervidero de peregrinos procedentes de Santiago de Cuba y de otras regiones.
V
La Virgen de la
Caridad del Cobre es una imagen de bastidor: su cuerpo es de madera hasta la
cintura, con seis varillas que en la actualidad soportan la imagen. Tiene en su
mano izquierda un Niño Jesús, y en su mano derecha una cruz. Una de sus
características más significativas es la semiluna invertida que le fue colocada
en la peana que la sostiene, y que se le colocara con posterioridad a su
hallazgo, en algún momento anterior a 1766.
La cabeza de la
Virgen de la Caridad está confeccionada de una especie de pasta vegetal o de
maíz. Este dato fue corroborado por el arzobispo emérito de Santiago de Cuba,
monseñor Pedro Meurice, principal artífice de la restauración realizada a la
imagen en 1982. Al respecto monseñor Meurice refirió: “Se trabajó con sumo
cuidado en el rostro, su pequeño rostro que parece estar confeccionado por una
pasta de maíz, material éste muy usado en aquella época en América para
confeccionar imágenes… una pasta que se vuelve tan dura como la madera o más.
El tronco es de madera, los brazos llegan hasta media pierna, esa es la imagen,
de ahí seis varillas que están incrustadas al tronco y descansan en la base”.
El rostro de la Virgen de la Caridad es hermoso y de líneas
finas, de un color moreno claro. Como dato distintivo y peculiar la imagen
ostenta en su frente un diamante, símbolo, quizás, de una estrella, según
opinión de Fernando Ortiz. Este brillante, que se encuentra en la epidermis
frontal de la imagen, casi donde comienza el cabello, es algo distintivo de
ella; el mismo no se encuentra engarzado en la corona sino que se halla libre.
Esta peculiaridad iconográfica no es común observarla en otras imágenes de
María. Es un elemento más bien propio de la tradición de los pueblos orientales
y no de la católica (tanto la latina como la ortodoxa). ¿Lo poseía la imagen
primitiva o la presencia de este elemento es resultado de un proceso
aglutinador criollo?
No lo podemos
afirmar. Sin embargo, este diamante ya se encontraba en la frente de la Virgen cuando se produjo el robo sacrílego en 1899. También
se observa en el primer grabado (corroborado hasta el momento) que se conserva
de la Virgen de la Caridad, realizado por el capellán Julián Bravo en 1766.
Este dibujo resulta de singular importancia, pues sirve de referencia para
garantizar las características iconográficas originales de la Virgen del Cobre
de cara a las eventuales transformaciones que se pudieran objetar, sobre todo
después de la destrucción casi total de la imagen en el robo de 1899, y su
posterior restauración.
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Esta pintura muestra los detalles iconográficos que ostentaba la imagen en el siglo XVII. |
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Grabado que muestra los detalles antiguos de la imagen (Julián Joseph Bravo, 1766). |
Otro dato distintivo
de la imagen cobreña son sus manos. Desde las primeras descripciones de ella
–incluída la de Juan Moreno, existe unanimidad con respecto a la presencia del
Niño Jesús en su mano izquierda. No hay acuerdo, sin embargo, en cuanto a la
existencia de la cruz que porta. No obstante, fuese una cruz, un cetro u otro
aditamento, de lo que sí no existe duda alguna es que la imagen primitiva tenía
algo en su mano derecha.
Así lo confirma en
1703 el capellán Onofre de Fonseca: “cuando se apareció esta divina Señora
traía en la mano derecha una señal o agujero igual al que tienen los crucifijos
en las suyas: novedad que notándola el ermitaño Melchor de los Remedios… sin
consultar a nadie, llamó a un pintor que estaba avecindado en el mismo pueblo,
de apellido Méndez, e hizo que este le tapara dicho agujero”. Especifica el
capellán Onofre de Fonseca que Francisco de Peón de Orozco, canónico de la
Catedral de Santiago de Cuba, increpó el hecho diciendo: “en estos asuntos no
debió tan ligeramente haber procedido, sin dar parte a quienes podían
determinar en ellos”. En la misma línea el capellán Julián Bravo expresa que al
producirse el hallazgo de la imagen de la Virgen en Nipe “en la mano derecha
trajo, a la manera de Santo Cristo, medio a medio de la palma, un agujero,
algunos por esta causa la llaman ‘la manirrota’.”
Será la semiluna infraversa (con las puntas hacia abajo) que
aparece en la base de la peana –presente ya en el dibujo de Julián Bravo,
1766–, el signo distintivo de la Virgen de la Caridad. Durante los 400 años
transcurridos desde su hallazgo, los pintores y artesanos han colocado al Niño
Jesús unas veces en el brazo izquierdo de la Virgen, y otras en el derecho.
Algo similar ha ocurrido con la cruz, obviándola en ocasiones. La semiluna
constituye uno de los símbolos más genuinos de la Virgen del Cobre. Bástenos
hacer un dibujo a mano alzada consistente en una especie de triángulo con un
círculo encima, y nadie sabrá qué cosa es; pero, si a ese dibujo le añadimos
una semiluna infraversa en la base del boceto triangular, cualquier cubano
reconocerá en él a la Virgen de la Caridad del Cobre. Muchos diseñadores han
realizado logotipos de la Virgen basados precisamente en este diseño, incluso
el propio logotipo del cuatricentenario no se aleja mucho de él.
Salvo un minoritario
grupo de imágenes marianas que presentan la luna en posición infraversa, la
mayor parte de las representaciones tradicionales de la Virgen María que
ostenta la luna a sus pies –según la visión del Apocalipsis– es en forma
supraversa, es decir, con las puntas hacia arriba, generalmente en fase de
cuarto creciente. La propia Virgen de la Caridad de Illescas luce el símbolo
lunar de modo supraverso. Así, en las famosas Inma-culadas de Murillo las
semilunas aparecen en una posición de creciente montante: la Virgen se nos
presenta con un pie sobre la luna supraversa, mientras que el otro aplasta la
cabeza de una serpiente –según la profecía del Génesis–.
La colocación de semilunas a los pies de la Virgen (aún de
modo supraverso), si bien lo observamos en alguna que otra imagen antigua, no
será hasta el año 1571, con la victoria de Lepanto, que alcanzará su máxima
difusión como señal iconográfica de la Imagen de la Virgen de la Caridad con los ornamentos que
luce en la actualidad.
La victoria de las
tropas cristianas contra los turcos, cuyo principal emblema es precisamente el
semilunar. Recordemos que cuando Constantinopla cae en mano de los otomanos en
el año 1453, el primer acto que realiza el ejército turco, como señal de
victoria, es quitar la cruz que la emblemática Catedral de Santa Sofía de
Constantinopla ostentaba en su cúpula, para colocar en su lugar una semiluna,
la cual se ha mantenido intocable hasta el día de hoy.
Ni la heráldica ni la
imaginería católica tradicional, explican la razón de la luna invertida
observada en la base de la Virgen de la Caridad del Cobre. Tampoco lo hace la
visión del Apocalipsis, que se limita a referir la visión de “una mujer vestida
de sol con la luna a sus pies”; pero no especifica su posición. Hay un dato
matemático, o astronómico, para ser más exactos (no es histórico precisamente
ni tampoco de carácter simbólico o alegórico), de que la visión de una mujer
vestida de sol con la luna a sus pies –es decir una conjunción del sol y la
luna al unísono– sólo permitiría observar la luna, desde la tierra, en forma de
semiluna infraversa, tal y como la que ostenta en su peana la Virgen de la
Caridad del Cobre.
Más allá de estas quintaesencias matemáticas, la posición
infraversa de la semiluna de la Virgen de la Caridad bien pudiera explicarse a
partir de las influencias animistas indias o africanas, no olvidemos que los
juegos de pelota de los indocubanos eran ritos lunares, hecho que se observa
también en otras culturas precolombinas. Entre los aborígenes cubanos no era
raro que los caciques utilizaran como Guanín (accesorio mágico-religioso)
diversas piezas metálicas ornamentales, consistentes en una aleación, en forma
de media luna balanceada en su medio (con las puntas hacia abajo para que
pudieran balancearse). Estaban compuestas en un 80 por ciento de oro, y en un
20 por ciento de cobre. Este Guanín también se utilizaba en las iniciaciones
místicas de los aborígenes mesoamericanos y sura-mericanos. Poseerlo anunciaba
la virtud de su dueño, el conocimiento de los secretos de la comunicación con
la naturaleza y el dominio de las fuerzas mágicas.
De ahí que la visión
de la Virgen sobre una semiluna infraversa –que dada su desproporcionada forma
y tamaño bien podría asociarse a un Guanín– pudiera ser interpretada por los
indígenas como señal de supremacía. De este modo, el Hijo y la cruz que ella
les ofrece son vistos por encima de sus deidades, principalmente sobre Atabex
(o Atabey), a quien vinculaban con la luna y reconocían como dueña de las
aguas. Según la cosmovisión indígena, la posición de la Virgen, de pie sobre la
luna, personificaba el triunfo de María sobre Atabex, diosa madre del ser
supremo indígena. El detalle iconográfico de la semiluna infraversa bien pudiera
explicar, en consecuencia, la rápida asimilación y propagación de la devoción a
la Virgen de la Caridad entre nuestros aborígenes, populosos en el Hato de
Barajagua y sus alrededores, pues les hablaba “en su propio idioma” (algo
similar ocurrió con la Virgen de Guadalupe en México).
Desde el punto de
vista de la tradición africana, Fernando Ortiz refiere el criterio de un
anciano negro de 107 años de edad, Ta-Francisco, perteneciente a la sociedad
local africana “la divina Caridad”, quien afirmaba que “la Virgen del Cobre
aparece sobre una luna con las puntas hacia abajo, porque la Virgen del Cobre
tiene más potencia que la luna”. Además el Ta-Francisco refiere que este
concepto lo tiene desde su niñez, “en cuya época era conocido por todos sus compañeros”.
Otra opinión, recogida también por Fernando Ortiz, se hace eco de la tradición
que refiere que “cuando se apareció la Virgen, la tempestad cesó. Ya la Virgen
apoyaba sus pies en el arcoiris. No hay pues tal luna con las puntas hacia
abajo. Se trata sencilla y lógicamente del arcoiris que aparece después de la
tormenta y que la Virgen tomó como base, por ser el lugar más luminoso de aquel
oscuro espacio”.
VI
Llegados a este punto
y siguiendo el método socrático o de demostración lógica de una indagación,
tenemos que:
1. El hallazgo en
1612 de una imagen de la Virgen María flotando en Nipe, la cual fue recogida
por dos indios y un niño negro esclavo, no es algo que entre en el terreno de
la tradición, de la leyenda o del mito, sino que la historicidad del hallazgo
(más allá de la intríngulis del origen de la imagen en sí misma), es un hecho
históricamente documentado.
2. De igual modo, la
presencia del capitán Sánchez de Moya, natural de Toledo, al frente de las
minas de El Cobre, es un hecho avalado por cédulas reales y otros documentos.
3. Si lo anterior es
cierto, se desprende que sea a Sánchez de Moya a quien se le encomiende la
construcción de la iglesia parroquial de El Cobre, y que él mismo se tome la
prerrogativa de construir y/o autorizar la edificación de una ermita a la
Virgen María, bajo la advocación toledana de Nuestra Señora de Illescas.
4. Si en realidad Sánchez de Moya era el administrador de
las minas, se explica que cuando subordinados suyos se enfrentan, contra toda previsión,
al hecho del hallazgo en Nipe, éste les ordene que la imagen hallada sea
trasladada a El Cobre, territorio bajo su jurisdicción.
5. Si este traslado
se concretó, ello evidencia que el mismo se realizó con el beneplácito de
Sánchez de Moya y de las autoridades eclesiásticas; la imagen fue nominalmente
referida como Virgen Santísima, Divina Señora de la Caridad, Nuestra Señora, u
otros apelativos homólogos.
6. Si estas
denominaciones primigenias, recogidas por los documentos de la época (conservados
en el Archivo de Indias de Sevilla) son históricamente ciertas, ello es señal
de que la imagen hallada no fue aclamada nominalmente como Nuestra Señora de
Illescas, presente ya en la ermita del Cerro. De esta manera, se justifica la
inexistencia de informes históricos que expresen que Sánchez de Moya exultó de
júbilo (como hubiera sido de esperar si la imagen nipense fuese la advocación
de su natal Toledo); evidencia de que el hallazgo no fue considerado ni
reverenciado por él (ni por ningún ibérico) como un “milagro”, un “prodigio” o
una “gracia” de Nuestra Señora de la Caridad de Illescas.
7. Si lo anterior es
cierto, entendemos porqué las fuentes hablan siempre de “Hallazgo de la Virgen
de la Caridad” en Nipe, y nunca de “Hallazgo de la Virgen de la Caridad de
Illescas en aguas cubanas”.
8. Si esas fuentes son dignas de crédito, entendemos porqué
los primeros capellanes de la Virgen nipense describen la devoción hacia ella
como algo propio de indios y negros, “los más esclavos de Su Majestad”, lo cual
permite inferir que la advocación nipense no era reverenciada por los
españoles.
9. Si ello es cierto,
la identificación u homologación de la Virgen de la Caridad hallada en Nipe con
la toledana Virgen de la Caridad de Illescas carece de fundamentos históricos.
Enunciar lo contrario, más allá de las opiniones expresadas por algunos autores
en el siglo XX (particularmente después de la substancial transformación
iconográfica realizada a la Virgen de Illescas en el año 1884), requeriría, más
que enunciados u opiniones subjetivas, pueblas objetivas que propugnen un
diálogo serio con la historia que dé como resultado la impugnación, refutación
e invalidación histórica de los protocolos y autos notariales conservados en el
Archivo de Indias de Sevilla.
10. En virtud de lo
precedente, dado que para cualquier temática es posible urgir razones en pro y
en contra, invitamos, antes de rubricar cualquier conclusión, a una reflexión
basada en la racionalidad y la objetividad científica e histórica.
VII
¿Cuál es, pues, el
origen de la imagen hallada en la bahía de Nipe?
Al respecto hay tres
variantes, que los estudiosos han identificado como “las tres hipótesis”.
1. Un celestial portento (la hipótesis de la aparición
inexplicable).
2. El origen hispano
(la hipótesis del origen español).
3. Una imagen
aglutinadora de los elementos indígenas, africanos e hispanos (la hipótesis del
origen autóctono).
Con respecto a la
primera variante, al celestial portento, ello constituye algo metahistórico
sobre lo cual nada podemos afirmar o negar absolutamente, máxime si tenemos en
cuenta que estamos hablando de un hallazgo y no de una aparición. De ahí que la
intríngulis de lo que realmente ocurrió –previo al momento de su hallazgo en la
bahía de Nipe– sea una realidad que, dada la propia materialidad de la imagen,
no podemos aseverar ni refutar (condicionante válida también para la segunda y
tercer variantes).
Con respecto al
origen hispano –segunda variante– es innegable su influjo. España siempre ha
sido una tierra fecunda con respecto a la devoción mariana, no en balde muchos
la han catalogado como la tierra de María. De los misioneros españoles se
recibió en Cuba, como en el resto de la América hispana, la fe en Cristo y la
devoción a su Santa Madre. Sin embargo, una cosa es la fe recibida y otra bien
distinta lo constituye la afirmación de que la imagen de la Virgen del Cobre
haya sido elaborada en la península ibérica, en Flandes o en Alemania, como
algunos han afirmado, incluyendo el propio Fernando Ortiz, quien menciona
nominalmente estos tres países. No obstante, ante la hipótesis del origen
europeo de la imagen tenemos el agravante del material usado en la confección
de su rostro, el maíz u otro vegetal, algo exclusivo de las culturas
precolombinas (aparte de que el maíz no es oriundo de Europa), así como otros
elementos distintivos, dígase el diamante de la frente, la casi circular
semiluna infraversa observada en el dibujo de Bravo, y otros elementos que son
más bien propios de la tradición indígena, e incluso de la africana, que de las
procedentes de otras latitudes.
La Virgen de la
Caridad del Cobre no es, pues, un mero traslado a Cuba de la devoción a Nuestra
Señora de Guía Madre de Dios de Illescas. Primero, porque no coinciden las
características iconográficas que ostentaba la Virgen de la Caridad de Illescas
en 1612 con las que presenta la Virgen del Cobre en el momento de su hallazgo;
segundo, porque los propios españoles, incluyendo el toledano Francisco Sánchez
de Moya (y las autoridades eclesiásticas), nunca vieron en la imagen cobreña
una copia (ni siquiera figurada) de la illescana, relegándola a una devoción
propia de indios y negros. Tercero, porque la Virgen de la Caridad del Cobre y
la Virgen de la Caridad de Illescas, salvo la genérica y extendida advocación
de “La Caridad”, sólo coinciden en la actualidad (siglos atrás ni siquiera en
ello) en la forma casi triangular del manto, modificado en más de una ocasión,
tanto en una como en la otra, pero particular y pronunciadamente en la de
Illescas (sobre todo a partir del siglo XVII). Y por último, la existencia del
Niño Jesús en su brazo izquierdo, elemento que nada dilucida, pues ello es
común en las imágenes marianas e, incluso, la representación de la madre con el
hijo en brazos no es algo exclusivo del cristianismo, sino que se observa
también en otras religiones, algunas de ellas politeístas (baste citar a la
Isis egipcia).
VIII
La Virgen de la
Caridad del Cobre, para ir concluyendo, no es, pues, ni india, ni africana, ni
hispana... Aunque, paradójicamente, indios, negros y blancos se sienten
representados en ella, como fusión mística que da lugar a una realidad nueva y
autóctona, una realidad que nace de una identidad enraizada y originaria, una
espiritualidad nueva: la criolla, la cubana. Desde el instante de su propio
hallazgo la Virgen de la Caridad es cubana, antes de que exista Cuba como
nación.
No olvidemos que la
elección de cuáles serían nuestros símbolos patrios fue algo pugnado en su
momento, sin excluir de esa pugna cuál sería nuestra propia enseña nacional,
algo dilucidado sólo en la Asamblea de Güaimaro, más por acuerdo que por
convencimiento. Sin embargo, el reconocimiento, la génesis misma de quién sería
la Patrona de Cuba –y esto debemos enfatizarlo bien– no fue algo que provino de
la Iglesia, sino del pueblo cubano. No fue la metrópoli española, no fue el
Patronato Regio, ni mucho menos la Iglesia Católica, quienes impusieron a los
cubanos la veneración a la Virgen de la Caridad del Cobre, sino todo lo
contrario: fue el pueblo quien interiorizó, hizo suya e “impuso” esa
veneración. Bástenos retornar al inicio y ver que serán los veteranos de
nuestras Guerras de Independencia, y no la Iglesia, quienes piden a la Sede
Apostólica que la Virgen de la Caridad del Cobre fuera declarada Patrona de
Cuba, sabedores de que bajo su maternal manto se resumían las aspiraciones más
nobles de todos los cubanos.
*Conferencia
pronunciada en el VI Evento Nacional de Historia: “Iglesia Católica y
nacionalidad cubana”. Camagüey, 10 de junio de 2011. (FRAGMENTO)
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IMAGEN DE LA SANTISIMA VIRGEN DE LA CARIDAD DEL NAVARIEGU |